La disidencia inventada
Julie Lévesque, Global Research, 9 de mayo de 2010
Desde hace mucho tiempo los poderosos utilizan el método de inventar la disidencia para ganar a cualquier precio. Las dos conferencias que se han celebrado en paralelo a finales de abril, la Cumbre del Milenio de Montreal y la Conferencia de los Pueblos sobre el Cambio Climático de Cochabamba, son un buen ejemplo de ello. La obsesión climática basada en un llamado consenso se manipula a alto nivel y lo que se nos presenta como disidencia no lo es verdaderamente.
La jornada de clausura de la Cumbre del Milenio de Montreal que se celebró del 20 al 22 de abril acabó con una conferencia pública en la que se sucedieron unas elites de los medios político, económico, social y artístico, entre ellos el “Honorable” Al Gore. A pesar de la calidad de algunas presentaciones, el principal objetivo de la Cumbre, reducir a la mitad la pobreza extrema entre 2000 y 2015, apenas se sometió a discusión y prácticamente todas las soluciones propuestas competen a la acción ciudadana. En este Día de la Tierra se ha preferido insistir en el calentamiento global y/o en los cambios climáticos que según Al Gore están inextricablemente unidos a la pobreza extrema. Una táctica velada para desviar el debate hacia unos fines pecuniarios.
Al Gore barre para casa
El calentamiento global es de entrada y ante todo una cuestión moral, afirma alto y fuerte Al Gore. Además, para combatir la pobreza extrema hay que atacar necesariamente al calentamiento global. Y, ¿cuál es la primera etapa de este combate “moral”, según el célebre defensor del clima? La “estabilización de la población”.
En primer lugar, el hecho de asociar la moralidad a los cambios climáticos se parece extrañamente a la poco sutil técnica retórica que con frecuencia emplearon los defensores de la Patriot Act: cualquiera que ponga en duda el “consenso” sobre el clima será acusado de ser inmoral del mismo modo que las críticas a la Patriot Act eran acusadas de antipatriotas.
A continuación, la estabilización de la población que predica Al Gore, supuestamente para erradicar la pobreza, no es otra cosa que una nueva formulación del plan de control de la población de Henry Kissinger, un plan eugenésico cuyo objetivo es reducir el crecimiento de la población mundial, específicamente en los países más pobres, y ello por razones económicas y de seguridad nacional. Por supuesto, para revestir su dudoso plan con un aura de moralidad, Al Gore lo engalana con unos ideales inatacables: educar a las jóvenes, darles acceso a los métodos anticonceptivos, etc.
Ahora bien, la pobreza extrema existía mucho antes de que se hablara de cambio climático y es la causa de la “superpoblación” en los países subdesarrollados y no a la inversa, como trata de hacernos creer Al Gore. Atacar la superpoblación para contrarrestar la pobreza es atacar el resultado en vez de a la causa.
Sin gran sorpresa, el eminente laureado con el premio Nobel de la Paz nunca pone en tela de juicio los sistemas económicos y políticos, ni tampoco las prácticas económicas injustas que están en la base de las desigualdades Norte-Sur. Sin embargo, si se frenaron los progresos de los países subdesarrollados realizados desde la década de 1990, es más debido a políticas económicas provenientes de las instituciones internacionales, principalmente los tristemente célebres planes de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional, que sirven ante todo a los intereses económicos de las grandes potencias: abajo la nacionalización, que llegue pronto la privatización y un mercado de libre competencia, es decir, un mercado en el que los más desfavorecidos permanecen en lo más bajo de la escala porque no pueden competir con los poderosos, un mercado en el que estos últimos son libres de hacer dumping social en casa, y dumping y economías sobre los salarios en sus países de acogida.
Al Gore nunca habla de guerras, a excepción, evidentemente, de las que están vinculadas a la superpoblación: el conferenciante estrella apenas mencionó las guerras para apropiarse de los recursos naturales. Sin embargo, su país de origen no sólo es el mayor contaminador, sino también el más armado y guerrero del planeta. Las bombas de uranio empobrecido que el ejército estadounidense ha hecho explotar por todas partes son un verdadero desastre ecológico y humanitario.
Pues bien, pedir a los ciudadanos que compren productos ecológicos y reduzcan su consumo de energía, y a los gobiernos que participen en el mercado de carbono, es la solución de Gore para salvar el medio ambiente, mientras que en Iraq estas sucias bombas tienen unos efectos catastróficos sobre el medio ambiente y sobre la población, particularmente sobre los nacimientos, es decir, producen incontables malformaciones hasta el punto de las mujeres iraquíes ya no desean ser madres. ¿Ignora Gore este fenómeno porque contribuye al plan de despoblación? Vamos a verlo.
Gore tampoco ataca nunca a los grandes contaminadores, las empresas privadas. ¿Acaso no es indecente pedir a los ciudadanos que adopten un nuevo estilo de vida y hagan sacrificios mientras que a los grandes contaminadores no se les pide que hagan lo mismo? La principal demanda hecha a las grandes empresas responsables a la vez de la contaminación y la pobreza extrema, de las que ellas se aprovechan ampliamente, es que participen en el mercado del carbono, el nuevo maná financiero que permitirá a los más ricos contaminar más a costa de los países en desarrollo. Y a Gore, que invierte masivamente en la economía “verde”, le permitirá enriquecerse una vez más bajo la cobertura del activismo ecológico.
En resumen, la “solución” de Gore, “en vías de convertirse en el primer millonario del carbono”, se resume en empujar a los ciudadanos y a las empresas hacia un nuevo mercado “verde” con el fin último de llenarse los bolsillos, y no contribuye en nada a reducir la contaminación ni a erradicar la pobreza. A pesar de todo, las masas reciben con un entusiasmo ciego el discurso de gurú del medio ambiente.
Conferencia de los Pueblos: ¿quién se oculta tras las ONG?
La Conferencia de los Pueblos sobre el Cambio Climático de Cochabamba, que se celebró del 19 al 23 de abril, quería ser una alternativa a la Cumbre de Copenhague. ¿Se la puede considerar verdaderamente una alternativa? Por una parte sí. Entre otras cosas en ella se han denunciado los peligros de un mercado de carbono y el carácter destructor del sistema capitalista y, de paso, las guerras y la responsabilidad de las empresas privadas en la contaminación.
También se han propuesto soluciones diferentes a las de Copenhague y más igualitarias. Pero estas soluciones no sólo se basan en un dudoso consenso avalado por unas entidades que sacan partido del escenario apocalíptico del Grupo de Expertos Intergubernamental sobre la Evolución del Clima (GIEC), sino que también son soluciones que, una vez más, tienen como fuente de ingresos los contribuyentes. Los contribuyentes del mundo entero, estén donde estén.
Llegados a este punto conviene indicar que la mayoría de las grandes ONG que participan en este tipo de cumbre y pretenden representar la disidencia y ser la voz de los sin voz están financiadas y/o dirigidas en gran parte por aquellos mismos a quienes critican, teniendo cuidado de no nombrarlos.
La Fundación Hermanos Rockefeller Brothers financia Greenpeace, Amigos de la Tierra, la Fundación David Suzuki, el Sierra Club, la Fundación World Wild Life así como a muchas otras ONG. En la lista de las subvenciones de la Fundación Familia Rockefeller y de Rockefeller Philanthropy Advisors volvemos a encontrar, con algunas excepciones, las mismas ONG. También la Fundación Rockefeller financia a Greenpeace y al WWF. Ahora bien, se sabe que la familia Rockefeller debe en gran parte su fortuna a la industria del petróleo, a saber, a la “difunta” Standard Oil. Desmantelada a principios del siglo XX, esta empresa está en el origen de una treintena de compañías petroleras, de las que la familia sigue siendo dueña en parte.
Además, este clan riquísimo es omnipresente en la escena política, económica y financiera, y forma parte de las más poderosas organizaciones internacionales, entre otras en Consejo de Relaciones Exteriores, el Grupo Bilderberg, el Foro Económico Mundial y la Comisión Trilateral, “una de las maquinarias más cruciales de la globalización”, fundado por David Rockefeller, patriarca de la familia.
“¿Cómo contribuyó la Comisión Trilateral a su objetivo de crear un nuevo orden mundial o un nuevo orden económico internacional? Situaron a sus propios miembros a la cabeza de las instituciones mundiales relativas al comercio, a los bancos y a la política extranjera” (The August Review).
Por citar sólo un ejemplo, todos los presidentes del Banco Mundial menos uno fueron miembros de la Comisión Trilateral. Cuando los arquitectos del nuevo orden económico mundial financian a unas organizaciones que dicen combatir este sistema, es razonable dudar de las intenciones reales de dichas organizaciones.
Descendientes de John D. Rockefeller propusieron recientemente que la compañía Exxon Mobil, de la que ellos son en parte dueños, “se tome en serio la amenaza del calentamiento global”. Viendo la cantidad de grupos medioambientales que financian, no hace falta preguntarse por qué preconizan este enfoque. Está claro que esta financiación sirve a unos intereses económicos y que no se trata de pura filantropía.
En efecto, en 2009 el Sunday Times publicaba una lista de los cien “barones ecologistas” más ricos. Además de Warren Buffett, Bill Gates y los fundadores de Google, del que es consejero Gore, encontramos a la familia Rockefeller. Y al fundador de CNN, Ted Turner.
Su fundación, la Fundación Turner, fue entre 1996 y 2001 el principal donante de Greenpeace. En la lista de los grupos activistas que han recibido financiación de esta fundación se encuentran los mismos nombres que figuran en la lista de las fundaciones de los Rockefeller: Sierra Club, Fundación David Suzuki, Amigos de la Tierra, WWF y otros figuran también en la lista de los patrocinadores del acontecimiento de Cochabamba, entre ellos Rainforest Action Network, Global Exchange, etc. ¿Quién puede estar mejor situado que un antiguo magnate de la prensa para controlar un mensaje?
Aún hay más. La Fundación Ford también financia a WWF, Rainforest Alliance Friends of the Earth, etc. Extraño, ¿no? ¿No resulta extraño que los grupos que se dicen disidentes, progresistas o poco importa qué calificativo que suene de izquierda estén todos o casi todos financiados por las potencias contra las que pretenden luchar? Esto se parece extrañamente a los primeros días de la Reserva Federal de Estados Unidos, época en la que los Rockefeller, entre otros, luchaban por una banca privada, batalla muy poco popular. Los partidarios de una banca privada central crearon una oposición para hacer pasar una propuesta parecida, pero más aceptable porque daba la impresión de oponerse al proyecto original. “Sé cercano a tus amigos y aún más a tus enemigos” se decía en El arte de la guerra.
Todo lo que precede es un ejemplo elocuente de esta filosofía. Se ha creado una oposición con el objetivo de hacer aceptar una realidad muy probablemente inventada y que eclipsa los problemas reales, entre otros, el de la guerra y de la destrucción que ella causa. La guerra que como lo expresó muy bien el general de división de la marina Smedley Butler en War is a Racket [La guerra es un chanchullo], en el fondo sólo es la expresión de rivalidades económicas.
Por una parte, hace falta ser ingenuo para pensar que estas ONG vayan a morder la mano que las alimenta. Cuando evitan cualquier debate sobre el cambio climático afirmando que quienes no se adhieren al consenso están pagados por las petroleras, sólo se trata de un intento de distracción que no tienen validez alguna, puesto que de manera indirecta ellas también están financiadas por estas mismas industrias.
Por otra parte, también hay que dar prueba de ingenuidad para pensar que los intereses de los grupos medioambientales no están en la base de los intereses financieros. Esto no significa que todos los miembros de estos grupos busquen beneficios potenciales. Muchas personas implicadas en estas organizaciones son profundamente desinteresadas, creen realmente obrar por el bien de la humanidad y no se dan cuenta de que quienes las financian están motivados casi siempre por el afán de lucro.
Por último, no hay que olvidar que la eugenesia está en la base del medioambientalismo. Por citar sólo un ejemplo, el WWF fue fundado por Sir Julian Huxley, un notorio eugenista, y el príncipe Felipe de Gran Bretaña. El primer presidente del WWF y fundador del Grupo Bilderberg, el príncipe Bernard de Holanda, tenía afiliaciones nazis. Como se sabe, nazismo y eugenesia corren parejos.
Ahora bien, Betsy Hartmann, directora del Programa de Población y Desarrollo del Hampshire College de Amherst, explica que, contrariamente a la creencia popular, la eugenesia no desapareció con las atrocidades nazis. En realidad, “la dimensión demográfica apenas ha desaparecido”. Un ejemplo flagrante de ello es el programa de “estabilización de la población” de Gore. Todo está en la formulación: ¿existe alguna diferencia entre despoblación y estabilización de la población? Las palabras son diferentes pero el concepto sigue siendo el mismo.
A la luz de lo anterior, conviene preguntarse sobre las intenciones reales de quienes dicen querer protegernos de la catástrofe anunciada. Es indudable que todas estas relaciones con la industria petrolera, los bancos y los medios de comunicación no son fortuitas. No menos que todos estos nombres que reaparecen constantemente en lugares clave. Sin duda se trata de una propaganda orquestada en todos los frentes. En resumen, desconfiemos de aquellos con quienes llega el escándalo.