26-03-2011
La izquierda y los espejos en laberintos político-históricos
Salvador López Arnal
Rebelión
Para despejar por si fuera necesario algunas dudas. El día 15 de febrero, recordaba oportunamente Gabriele del Grande, comenzaron las protestas en Bengasi. El ejército libio, como en Túnez y en El Cairo, se negó a disparar. Lo hicieron en su lugar las fuerzas especiales de seguridad. Hubo una masacre, más de 300 muertos. Pocos días después, las tropas libias se acercaban a Bengasi. Gadafi anunció las tonalidades fascistas de la marcha anunciando tempestades de acero y muerte: entraremos, amenazó con voz tronante, como Franco entró en Madrid. Nada que tenga que ver con la liberación de los pueblos puede estar relacionado con esa concepción política y con esas prácticas. Nada es nada.
Entrevistado por Alma Allende [1], Gabriele del Grande ha señalado su asombro ante el hecho de que ciertas teorías conspiratorias sobre lo que ha sucedido y está sucediendo en Libia procedan del campo de la izquierda. Su explicación: quizás ocurra “porque estas revoluciones trascienden y superan las categorías de la izquierda”. No estoy seguro de ello: no logro delimitar el conjunto cerrado de categorías de la izquierda. De hecho, si no entiendo mal la tradición y por decirlo a la manera popperiana, el sistema de comprensión de la izquierda ha sido y es abierto. Ni fijo ni ha sido fijado para siempre.
En Libia, prosigue Del Grande, la mayor parte de la población tiene menos de 25 años y empuja por un cambio que desde la orilla norte “no sabemos comprender, también a causa de un prejuicio racista y colonial del que no logramos liberarnos”. Europa, en opinión del gran periodista y escritor italiano, se considera “la única posible depositaria de democracia”. No dudo de los prejuicios racistas y coloniales que nos asaltan a todos, tal vez a algunos más que a otros, aunque, en mi opinión, la izquierda en este punto no ostenta ningún record absoluto, y no veo forma de vincular a la izquierda con la proposición “Europa es el único territorio depositario de la democracia”. ¿De qué izquierda se está hablando cuando se habla de izquierda?
Incluso tampoco logro ver la diversidad de los miembros del Consejo Nacional Libio a la que alude Del Grande en sus respuestas. “Se trata de personajes de extracción muy variada. Sobre todo abogados, jueces, hombres de negocios y alguna que otra cara lavada del régimen que ha abandonado a tiempo a Gadafi y que no tienen las manos sucias de sangre”. Algunos de ellos, añade, han vuelto a Libia “tras años de exilio en el exterior, sobre todo de los EEUU”.
Preguntado por Allende por los anti-imperialistas que “hablan de conspiración” y su duda sobre “cómo es posible que los rebeldes se hayan armado tan deprisa desde los primeros días”, Del Grande argumenta de forma singular y crítica: “Lo extraño es que no se pregunten en cambio quién ha armado a Gadafi y de dónde ha sacado todos esos tanques y todos esos lanzamisiles con los que está aterrorizando a los civiles”. ¿La izquierda anti-imperialista no se ha preguntado, no se pregunta, el origen de ese armamento? Incluso más: ¿no lo ha denunciado?
Del Grande está convencido de que hay que apoyar al pueblo libio. En la mejor, sostiene, de las hipótesis “surgirá una república constitucional basada sobre un sistema económico liberal” que puede no gustarnos, pero es lo que les gusta a los libios. Tienen el derecho de elegir su propio futuro. Apoyar a Gadafi, concluye razonablemente el escritor italiano, “en nombre de su máscara socialista y tercermundista no es sólo una estupidez” sino que nos convertiría en cómplices de un criminal de guerra. No es el único criminal de guerra pero tiene razón Del Grande.
En la “La izquierda y Libia. Un laberinto de espejos” [2], John Brown se aproxima también a la cuestión. En la propia denominación de la izquierda, señala, está la maldición que arrastra: “el nombre es el destino de cada uno, no es posible salir de la trama lingüística que nos determina a partir del momento mismo de nuestra primera nominación”. Ambos términos se definen como lo que el otro no es. La derecha es lo que no es la izquierda, y viceversa. ¿Viceversa? ¿Es así cómo se ha definido la izquierda tradicionalmente, como aquello que no es la derecha, por simple negación lógica? Norberto Bobbio, recuerda JB, se exprimió los sesos para determinar los atributos del concepto. El problema, señala JB, “es que los contenidos son siempre resbaladizos”. Suele ocurrir en muchos otros ámbitos y, a pesar de ello, definir definimos y no siempre por simple oposición aunque esté por medio alguna negación lógica. En la mecánica clásica, la aceleración no es un concepto equivalente al de velocidad (aceleración no es velocidad y a la inversa) pero tiene además, como no podía ser de otro modo, una definición propia. Ibidem para muchos otros conceptos.
Sea como fuere, ¿en qué izquierda está pensando JB? Parece que en una a la que muy generosamente le atribuye la etiqueta socialdemócrata: “así puede la socialdemocracia (la izquierda) aplicar políticas neoliberales extremas y la derecha presentarse como la defensora de los trabajadores. Cambiados los turnos de gobierno, demos por seguro que volverá a ser al revés”. Entre la derecha y esa izquierda es posible que, en general, sólo se elija y que nunca se decida nada, pero no siempre es así. Cuando el pueblo o la ciudadanía chilena eligió la Unidad Popular-Allende decidió claramente; cuando años atrás los pueblos españoles eligieron el Frente Popular decidieron que querían avanzar por caminos de ruptura; cuando hace décadas, que sólo pueden provocar nostalgia y rabia, la ciudadanía italiana elegía el PCI, estaba decidiendo-apostando por coordenadas políticas muy distintas. No son necesarios más ejemplos, pero abundan. De ahí que la afirmación de JB sobre que el “problema de la izquierda es que, por su propia autodefinición especular respecto a la derecha, confunde necesariamente elección con decisión”, tiene muchos falsadores potenciales y reales. No es fácil aceptar que la izquierda, como también afirma JB, proponga que “la elijamos -al igual que la derecha- pero siempre que con ello no se decida nada”. ¿De qué izquierda se está habando?
La izquierda a escala internacional, sostiene, fue durante 43 años, desde el final de la Segunda Guerra hasta la caída del muro, “espectadora de un espectáculo denominado la Guerra Fría o la coexistencia pacífica en el que las dos grandes potencias y sus bloques respectivos jugaban al equilibrio del terror”. ¿Espectadora?, ¿la izquierda a escala internacional fue espectadora desde el final de la guerra mundial? ¿Lo fue la izquierda comunista en Checoslovaquia con Dubcek? ¿Lo fue la izquierda española durante el franquismo? ¿Lo fue el PCP durante el salazarismo? ¿Lo fue el Partido Comunista y el Partido Socialista en Chile? Más aún: ¿lo fue siempre la izquierda francesa?
Ambos bandos, prosigue JB, reproducían internamente variantes del capitalismo. De un lado los regímenes capitalistas democráticos militarizados y controlados policialmente; de otro, “un capitalismo de Estado surgido sobre el cadáver de la revolución rusa liquidada por Stalin”. No sé si la categorización de Charles Bettelheim et alteri de la Unión Soviética se puede seguir manteniendo, hay toneladas de artículos y libros críticos sobre ella, pero decir sin más que la revolución soviética, no rusa, fue liquidada por Stalin es un pelín simplificador. El talmúdico autor de Cuestiones del leninismo tuvo su papel destacado pero las personalizaciones ayudan poco y la intervención de la reacción interna y exterior ocupan un lugar destacado en la historia universal de esta infamia. La memoria debe acuñar bien sus monedas. Por ello, hablar de una “piojosa sociedad de consumo de Trabants y Ladas” es, en mi opinión, imaginar descortésmente un mundo que no fue. Casi una parábola, poco afortunada, de un oscuro Heráclito y en sus días oscuros que no fueron pocos.
Los bloques enterraron bajo una enorme capa de cemento y plomo el riesgo de la revolución comunista, sostiene JB más adelante: “Ya nadie podía decidir hacer la revolución -excepto el Che o algún otro extravagante, pronto asesinado- pues había que elegir entre un bloque o el otro”. Como la expresión “algún otro extravagante, pronto asesinado” no es, si me permite, una proposición cartesiana, clara y distinta, es difícil sopesarla, pero el número de extravagantes que intentaron revoluciones comunistas supera de largo no ya el cuarto sino incluso el quinto número perfecto. Sus nombres siguen en la mente de millones y millones de resistentes.
La lógica conspirativa heredera de los dualismos de guerra fría, prosigue JB, se ha vuelvo a presentar a propósito de la revolución libia y de las inesperadas e inclasificables (¿por qué?) revoluciones árabes que no han sido dirigidas por la izquierda ni “por ninguna corriente política definida”. Ello, es creencia de JB, ha sido motivo suficiente para que, desde el primer momento, “fuesen clasificadas por la izquierda como "falsas revoluciones" manipuladas desde Washington”. ¿La izquierda, todo la izquierda, ha calificado a las recientes revoluciones árabes como falsas revoluciones made in USA? No he logrado enterarme de ello, debo vivir en un Plutón de alguna otra galaxia. Eso no impide, desde luego, que coincida con el deseo final de JB que de nuevo incorpora una muy peculiar noción de izquierda: “Es tiempo de que salgamos de la impotencia e inanidad que genera ese mundo de espejos y abandonemos las elecciones que nos propone la izquierda por una firme decisión en favor de la libertad y del comunismo. De otro modo, tendremos capitalismo y tiranías para rato”.
Hay otras aproximaciones en la izquierda y sobre la izquierda. Dos ejemplos que abonan conclusiones algo distintas.
La Liga Árabe, ha recordado Juan Gelman [3], está molesta porque se estableció la zona de exclusión aérea para impedir las muertes de más civiles y no para aumentar su número con las incursiones. Pregunta el gran poeta argentino: “¿acaso no recordaba las consecuencias de idénticas medidas aplicadas a otros países sin mayores resultados políticos?…¿Se inquieta [La Liga Árabe] ahora porque no es unánime el apoyo mundial a la Odisea del Amanecer y porque, además, se cuestiona su papel al apoyar el bombardeo de una nación árabe?”. Datos que acompañan a su reflexión: “importan un 85 por ciento del petróleo libio y Alemania es abastecida por Rusia. Gigantes del ramo como la francesa Total, el ENI italiano, la británica BP, el consorcio español Repsol y la estadounidense Chevron –entre otros– lo extraen del suelo libio. Libia es la nación petrolera más importante de África, seguida por Nigeria y Argelia: sus reservas de oro negro se aproximan al 3,5 por ciento de las reservas mundiales y duplican con creces las de EE.UU”.
¿Algún apoyo directo o indirecto a Gadafi, alguna reflexión especular? Tampoco parece que exista en la nota de Rafael Poch: “Alemania, antiintervencionista por casualidad” [4]. Recuerda aquí oportunamente el magnífico corresponsal de La Vanguardia que el mando militar americano de la operación, el Africa Command de EE.UU, se encuentra en Sttutgart y que “Alemania es el tercer exportador de armas del mundo y ha sido un importante suministrador de armas y equipamientos militares de los caudillos del Norte de África, ahora denostados, incluido Gadafi, cuyo hijo Saif, residente en Munich, dirigía desde allá las operaciones”. Item más: “En Alemania se han citado las dudas sobre si Gadafi tiene algún arma química, pero sin mencionar apenas el origen del asunto: que la célebre fábrica de armas químicas de Gadafi en Rabta fue una obra, conocida por los servicios secretos germanos, de los ingenieros de la empresa alemana Imhausen Chemie en los años ochenta”. En 2005, con Gadafi ya vuelto al redil de los intereses occidentales, señala también Poch de Feliu, “treinta veteranos de la policía alemana y de los grupos de operaciones especiales GSG-9 y SEK formaron en Libia a las unidades especiales del Coronel”.
El ex corresponsal de La Vanguardia en Moscú y Pekín señala también que la inconsistencia afecta también a la oposición. En el “ecopacifista” Partido Verde, las justificadas comillas son de Poch de Feliu, “unos dirigentes aprobaron la abstención, otros la condenaron y otros primero dijeron una cosa y luego otra, pero todos han ido cambiado de discurso en dirección a apoyar la ingerencia en los últimos días por semejantes razones de oportunismo electoral”. El resucitado patriarca verde Joschka Fischer, por su parte, “ha sido de los pocos en clamar contra el “escandaloso error” de la no participación, alegando razones estratégicas”. Debilitará, asegura Herr Fischer, “la posición de Alemania en Europa, en África del Norte y en el mundo, restando posibilidades al objetivo de un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU”. Son los argumentos que se repiten con insistencia entre dirigentes de la socialdemocracia alemana. Más madera, deseaban y desean más madera bélica. Como Daniel Cohn-Bendit, con su afirmación-pseudo-argumento de siempre, “todos conocemos las imágenes del geto de Varsovia”, tan aireado, recordemos, durante la destrucción de Yugoslavia.
Pero ni los Verdes, ni los viejos ni los nuevos, ni la autodenominada socialdemocracia ni nuevos grupos como Equo o Iniciativa per Catalunya son, afortunadamente, toda la izquierda. Hay más tradiciones y propuestas en un ámbito que no merece ser simplificado. Existen espejos desde luego pero, como en el caso del realismo de H. Putnam, tienen mil matices y muchos de ellos alumbran vértices y caras de un complejo y oscurecido poliedro no fácilmente manejable.
Notas:
[1] Alma Allende, “Entrevista a Gabriele del Grande: Las revoluciones en el mundo árabe trascienden y superan las categorías tradicionales de la izquierda". http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125004
[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125016
[3] Juan Gelman, “Claro pero oscuro”. http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-164805-2011-03-24.html
[4] Rafael Poch de Feliu, “Alemania, antiintervencionista por casualidad” http://www.lavanguardia.es/internacional/20110324/54132516608/alemania-antiintervencionista-por-casualidad.html (reproducido en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125046)
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